Noticias

Un salto de siglos para dar oxígeno al campo

Un salto de siglos para dar oxígeno al campo

Todo son estructuras, y todas ellas deben encajar para que el producto final sea viable. En el campo asturiano, muchas de ellas están ancladas en formas de hacer de hace uno y hasta dos siglos, y en las últimas décadas esto ha tenido efectos catastróficos, muy difíciles de revertir. Por ello es preciso afrontar un cambio de dos siglos en tiempo récord, si no estamos dispuestos a renunciar a, en números redondos, el 80% del territorio de la región, en el que apenas vive ya poco más del 15% de la población.

Precisamente, la estructura poblacional que el final de la minería y los sucesivos éxodos hacia las zonas urbanas ha generado es, actualmente, el mayor problema del campo asturiano, algo que empieza a contagiarse ya también a la zona central y urbana de la región: La población rural asturiana es una muy envejecida y notablemente masculinizada, con dos efectos inmediatos. El primero, unas tasas de dependencia poco asumibles y, a la par, un creciente abandono de la actividad agroganadera. El segundo, la ausencia de reposición poblacional, al punto de que en algunos concejos ya hay anualidades sin bodas ni casi nacimientos. Y no son pocos. En el último año con registros pormenorizados, 2018, ninguna mujer residente en Amieva tuvo hijos, y solo una en siete concejos, Illano, Peñamellera Alta, Ponga, Santo Adriano, Somiedo, Taramundi y Villanueva de Oscos. La lista de concejos con menos de diez nacimientos es de 35, casi la mitad de los de la región.

 

 

 

Lo anterior podría ser el inicio, si se pudiese decir que el huevo es antes que la gallina, del círculo vicioso que lesiona las opciones del campo asturiano: Como la población baja, los servicios públicos se reducen. Como estos, en particular los de educación y sanidad, se van haciendo cada vez más inaccesibles, la población, en particular los más jóvenes, tiene más motivos para irse. Como la población sigue bajando, las prioridades en nuevas infraestructuras (carreteras, cobertura de telecomunicaciones) se ponen en donde hay más votantes. Y el círculo vicioso sigue.

En este último año, y paradójicamente, la incidencia de la pandemia y en particular el hartazgo que muchas personas sintieron durante lo más duro del confinamiento a causa de la pandemia hicieron que muchos se planteasen irse a vivir al campo. Y que no pocos lo hiciesen. Muchos ayuntamientos de la zona rural lo constataron, pero la estructura socioeconómica de una zona no cambia de la noche a la mañana. La consolidación de ese aporte de sangre joven (en algunos concejos, como Salas, cercano al 5% del total de su población en los últimos doce meses) pasa por una doble vía. Que los recién llegados sepan integrarse, y que sus nuevas actividades económicas, en los casos en los que son nuevas, cuenten con lo necesario. Habitualmente no es más que una buena cobertura de internet y condiciones logísticas decentes, algo aparentemente muy sencillo, pero que en una región de profundos valles y altas montañas, con más del 50% del territorio con inclinaciones del 30% o más, resulta especialmente complejo.

 

Internet, siempre internet

 

La escena es siempre la misma. Uno pregunta en cualquier lugar de la Asturias rural cuál es la prioridad y el interlocutor, sea alguno de los pocos jóvenes o uno de los muchos viejos, va a reclamar una cobertura digna de internet. Porque gran cantidad de trámites se hacen por esa vía. Porque los bancos han abandonado la zona rural y hay que operar por internet. Porque los negocios de turismo rural solo son negocios si están en la red y en comunicación constante. Porque las empresas agroganaderas, hoy por hoy, basan su competitividad en una mayor productividad, y para ello es necesario poder gestionar cultivos (desde el riego hasta el control de plagas) y ganado (desde la ubicación concreta hasta el estado de salud de cada cabeza de ganado se puede controlar por internet hoy, o algo tan sencillo como el suministro remoto de piensos). Porque educación, sanidad y muchos otros servicios básicos comienzan a prestarse vía web. Por la soledad, en fin.

 

El fin de la minería

El final de la minería del carbón ha tenido múltiples efectos también en el campo. Uno, muy evidente en las cuencas centrales y en la comarca de Fuentes del Narcea: Mucha gente joven se ha marchado en los últimos treinta años, y en las cuencas centrales se concentra hoy más de la mitad de las localidades deshabitadas de Asturias. Unos cuatro centenares de pueblos, aldeas y lugares han perdido todos sus habitantes en las comarcas del Nalón y el Caudal.

¿Qué nos dice esto? Que una muy buena parte de esas localidades se generaron o crecieron al calor de la minería, sin raigambre en otras actividades vinculadas al campo. Y a esto hay que unir que muchas ocupaciones tradicionales de las caserías asturianas no evolucionaron. Se estancaron como un aporte adicional al sueldo de la mina, y una vez que desapareció este, las obsoletas pequeñas huertas o cuadras de pocas vacas perdieron el sentido de ayuda a la economía familiar.

Pero también hay un campo dinámico en el sector agroganadero, más en lo segundo que en lo primero. Cierto es que las ganaderías de leche y de carne son cada vez menos. Las de leche eran en marzo pasado 1.519, frente a las 6.679 de Galicia. Son 82 menos que hace un año (los gallegos también van perdiendo, en su caso 339 en los últimos doce meses). De media, cada explotación asturiana de leche es más productiva que las gallegas, pero se queda muy lejos de las castellanoleonesas (son 915, pero producen más leche que Asturias) o de las catalanas, que no llegan a 400 (398) pero están mes tras mes rozando las cifras de producción de Asturias.

Aquí se ha emprendido el camino de la adaptación a los criterios empresariales modernos. Es falso que el minifundio sea una condena irremediable y consustancial a la esencia asturiana. Si una virtud tiene el abandono del campo en nuestra región es que facilita, a los que se quedan y a la Administración, las concentraciones parcelarias y el crecimiento de las explotaciones, un camino que han emprendido muchas de ellas, muy tecnificadas.

Las de carne, por su parte, son muchas más (cerca de 13.000 explotaciones), pero también de menor tamaño de media. Pocas, muy pocas, optan por el modelo mixto de carne y leche, y poquísimas son las ganaderías de leche que han emprendido el camino de la elaboración profesional de derivados lácteos, como quesos o yogures, si bien las pocas que lo han hecho acostumbran a convertirse en historias de éxito empresarial.

Porque la leche asturiana puede ser la mejor pagada del país (0,35 euros el litro, los últimos meses), pero no deja de ser un producto muy barato al que el valor añadido se le saca en la transformación.

 

Bosques, castros, iglesias

 

El abandono y una política de protección forestal anticuada ha llevado a buena parte de las masas de bosque de Asturias a estar casi perdidas como recurso. La cuestión de su titularidad (de la Administración o de las comunidades vecinales) es un arduo campo de batalla, pero no hay que olvidar que las soluciones socioeconómicas para el campo pasan por el aprovechamiento integral de los recursos. A poder ser, en red.

Recurso es el paisaje (comparen lo cuidado que está el del Oriente, en gran medida por la actividad ganadera, con lo abandonada que está buena parte del Suroccidente). Recurso es el patrimonio histórico y cultural, como las iglesias, capillas, palacios, castros, villas y campamentos romanos, minas, puertos pesqueros... Recursos son las tradiciones, los oficios ancestrales como los de los ferreiros, cunqueiros, cesteiros, azabacheros y ceramistas. Por lo que hacen y por el valor cultural de su tradición. Recurso es hasta el casi inmaterial Camino de Santiago. Y tenemos que saber aprovechar todos esos recursos. Nuestro campo se la juega, con un margen de error cada día más corto.

Referencias

El Comercio